Alfonso Orejel
Este sábado 14 de abril Javier Valdez habría cumplido años y tal vez su más íntimo deseo habría sido sentarse a la mesa y disfrutar a su esposa Griselda y a sus amados hijos. Como cualquiera de nosotros. Cumplir con un ritual básico y discreto. Vivir esa felicidad que no se nombra ni se ostenta. Pero este día no llegará a la mesa. Esta barbarie que padecemos, y que pocos se atreven a señalar con el dedo - como era costumbre de Javier -, se lo impedirá. La muerte lo ha arrancado de los brazos entrañables. La ceguera, la torpeza o la ignorancia han susurrado a los oídos de los criminales para convencerlos de la necesidad de su ausencia. Y lo han arrancado de raíz de nuestro mundo. Piensan que al fin no abrirá más la boca o no empuñará más la pluma y vendrá el silencio más denso y cobarde. El silencio en que se suelen fraguar los crímenes y las injusticias más terribles. Al fin de cuentas, en Sinaloa hemos aprendido a cerrar la boca para sobrevivir y para que la próxima bala no vaya directa a nuestra nuca. Javier no se calló a pesar de que nuestro miedo se lo sugería. Asumió su papel de cronista del dolor y la desgracia porque sostenía - como un necio principio - el darle la voz a quienes rara vez la alzaban. Los autores intelectuales siguen celebrando el estado de bienestar e impunidad que distingue a nuestro sistema de Justicia y están convencidos que pocos tendrán las agallas y la conciencia para levantar la pluma hoy abandonada en un charco de sangre que nunca ha de secarse. Algunos- muy pocos, quizás - periodistas caminan sobre un campo minado, en medio de disparos que atraviesan el aire y buscan un cráneo donde alojarse. El país es en muchas zonas Tierra de Nadie o un anticipo del infierno que nos espera. Javier lo sabía y aunque algunos le sugerimos que tuviera cuidado, que no se arriesgara a escribir con temeridad, él respondía que ese era su deber ético y que no renunciaría. Admirable principio que lo honraba pero que - desgraciadamente - lo expulsó de la vida. Lamento su definitivo silencio aunque quedan sus obras, su voz norteña que de alguna manera no se apagará durante muchos años. Pero lamento más la tristeza y la desolación en que ha dejado a sus seres más entrañables y queridos.
Este sábado hablaremos de Javier y su trayectoria, de algunas anécdotas, libros, miradas del futuro o deterioradas esperanzas. Ojalá se animen y nos acompañen en el kiosco de la Plazuela 27 de septiembre de 5 a 6.30 p.m. Estarán varios amigos, escritores, periodistas, músicos o lectores. No permitamos que lo sepulte el silencio.
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