por Gilberto Vega Zayas
9/09/09
El pueblo está a la expectativa. En el inconsciente colectivo permanece el asesinato reciente de un agente policiaco. Hay en él una cifra que más bien se asemeja a una tabla de multiplicar: 3 X 3.
Sin embargo dista mucho de eso. Policías aprehendieron a un supuesto grupo de sicarios hace unas semanas y la víctima del artero crimen comandaba el operativo.
La tranquilidad y la calma anterior sólo era rota por los delirios de corredores de autos de jóvenes embriagados que venían del paseo Los Álamos o de El Maviri.
Hace mucho tiempo la ciudad dejó de dormir por las noches en sus catres en las banquetas de las casas. No hay madera ya en las entradas sólo hierro puro, como en las cárceles.
Las patrullas policiacas del municipio que ocasionalmente escandalizaban a los habitantes persiguiendo a un solitario asaltante de una pequeño abarrote o cuando mucho a dos que salían huyendo del supercito del barrio.
Ahora federales en sus camionetas azules fuertemente armados resguardan la ciudad y las autoridades locales solicitan además la presencia de escuadrones especializados. “No es garantía de resultados y eso restringe garantías individuales”, dice un diputado local.
Los trasnochadores ya son menos y los autos que circulan noche adentro son contados. Las noches son hoy más lentas y silenciosas. Algo hay en el ambiente. Se percibe.
Los padres más alertas con sus hijos y ya nadie se puede parar en una esquina sin considerársele sospechoso. Las señoras en los autos ordenan a sus hijos asegurar las puertas.
La ciudad se guarda por las tardes y el humo del ingenio se va apagando. Poco más y ya no habrá el anuncio de las 10 y media de la noche por el pito de la fábrica, a menos que la ciudad y su gobierno los conserve para la historia.
Al Mochis viejo lo destruyen y lo que queda se va hundiendo en los altos edificios, mientras la población se vuelca los domingos en los nuevos centros comerciales.
El gobierno del Estado decidió aplicar la ley de alcoholes y redujo el horario de venta de bebidas embriagantes mientras que expendios y cantinas se ven por todo el pueblo. Los dueños de los antros se inconforman por sus pérdidas.
En una esquina un grupito de muchachos escucha música y beben cerveza. “Hay que surtirnos temprano”, dice uno al meter la mano en la hielera.
No lejos de ahí, un solitario policía en una garita convencido dice: “Al que le toca le toca, lo mataron frente a su mujer”
La plaza se está calentando.
9/09/09
El pueblo está a la expectativa. En el inconsciente colectivo permanece el asesinato reciente de un agente policiaco. Hay en él una cifra que más bien se asemeja a una tabla de multiplicar: 3 X 3.
Sin embargo dista mucho de eso. Policías aprehendieron a un supuesto grupo de sicarios hace unas semanas y la víctima del artero crimen comandaba el operativo.
La tranquilidad y la calma anterior sólo era rota por los delirios de corredores de autos de jóvenes embriagados que venían del paseo Los Álamos o de El Maviri.
Hace mucho tiempo la ciudad dejó de dormir por las noches en sus catres en las banquetas de las casas. No hay madera ya en las entradas sólo hierro puro, como en las cárceles.
Las patrullas policiacas del municipio que ocasionalmente escandalizaban a los habitantes persiguiendo a un solitario asaltante de una pequeño abarrote o cuando mucho a dos que salían huyendo del supercito del barrio.
Ahora federales en sus camionetas azules fuertemente armados resguardan la ciudad y las autoridades locales solicitan además la presencia de escuadrones especializados. “No es garantía de resultados y eso restringe garantías individuales”, dice un diputado local.
Los trasnochadores ya son menos y los autos que circulan noche adentro son contados. Las noches son hoy más lentas y silenciosas. Algo hay en el ambiente. Se percibe.
Los padres más alertas con sus hijos y ya nadie se puede parar en una esquina sin considerársele sospechoso. Las señoras en los autos ordenan a sus hijos asegurar las puertas.
La ciudad se guarda por las tardes y el humo del ingenio se va apagando. Poco más y ya no habrá el anuncio de las 10 y media de la noche por el pito de la fábrica, a menos que la ciudad y su gobierno los conserve para la historia.
Al Mochis viejo lo destruyen y lo que queda se va hundiendo en los altos edificios, mientras la población se vuelca los domingos en los nuevos centros comerciales.
El gobierno del Estado decidió aplicar la ley de alcoholes y redujo el horario de venta de bebidas embriagantes mientras que expendios y cantinas se ven por todo el pueblo. Los dueños de los antros se inconforman por sus pérdidas.
En una esquina un grupito de muchachos escucha música y beben cerveza. “Hay que surtirnos temprano”, dice uno al meter la mano en la hielera.
No lejos de ahí, un solitario policía en una garita convencido dice: “Al que le toca le toca, lo mataron frente a su mujer”
La plaza se está calentando.