Antonio Lerma Garay
(Tomado de los libros Érase Una Vez en Mazatlán y Mazatlán Decimonónico IV, de Antonio Lerma Garay)
Esta escena tuvo lugar en La Habana, Cuba, en septiembre del año 1770. Carmen se dedicaba a bailar por las calles acompañada de su hermano. Su belleza era sin igual y su manera de bailar era inmejorable. Don Ramiro la vio y no pudo evitar sentirse atraído por ella. Primero le propuso comprarle un beso en la elevada cantidad de cien pesos, lo cual ella rechazó. Entonces el fornido hombre la alcanzó, la sujetó y levantó del suelo con el propósito de robarle el ósculo. Fue en ese instante cuando apareció el francés exigiendo al mexicano que soltase a la dama. «Soy Ramiro Mazatlán, coronel del ejército de México» le advirtió éste al europeo que le retaba. «Aunque seas el Diablo» sin temor le respondió éste. Segundos después ambos estaban enfrascados en una pelea de espadas de la cual nuestro compatriota no saldría bien librado en la primera vuelta. En la segunda no le iría mejor: el francés venció a nuestro compatriota y al obligarle a huir osó clavar levemente su espada en el culo del hijo de español y azteca. En realidad Ramiro Mazatlán era descrito como «un cobarde» …«un fanfarrón, un charlatán que hace mucho ruido, habla muy alto y siempre de las terribles estocadas que da, pero en realidad es más cobarde que un conejo.»
Más de un siglo después, en 1875. Len Burker había nacido en San Diego, California, y se había casado en Boston con la guapa Jane. A sus treinta y dos años de edad si había una palabra que pudiera describirlo ésta era «defraudador». Durante algunos años se había aposentado en la capital de la Baja California, es decir La Paz, pero también había vivido en Mazatlán bajo un seudónimo, y gracias a ello pudo escapar de la policía de Estados Unidos por algún tiempo. Luego, cuando le fue imposible regresar a su país, se fue hacia Sidney, Australia.
En realidad el personaje y pasaje del primer párrafo forman parte de la obra «La Gitana» de Xavier de Montepin, los segundos son parte de «Señora Branican» de Julio Verne. En el original de Montepin el nombre correcto del coronel mexicano es Ramírez Mazatlán, en la versión aparecida en España el nombre es cambiado a Ramiro.
Mazatlán fue la principal ciudad del noroeste de México durante el siglo XIX, así como el gran puerto del Pacífico. Para el norte de México fue el punto de importación y exportación para una incontable cantidad y variedad de mercancías. La aviación en aquel entonces no había nacido, el ferrocarril prácticamente era inexistente en la región. De ahí el que el medio de transporte por excelencia lo constituyeran los barcos. Por ende, Mazatlán fue desde su nacimiento mejor y más conocido por y para muchos extranjeros que la gran mayoría de las demás poblaciones del norte mexicano. Es por ello que el nombre de nuestra ciudad de alguna forma se vio reflejado en la literatura francesa del siglo XIX. Poco, muy poco si se quiere así, pero los hechos ahí están, ahí quedaron plasmados. De ninguna manera nuestra ciudad pasaría a ser no sólo una población a tomar por el Ejército Francés durante la Intervención Francesa.
Los libros aludidos no son sólo los que reseñan las hazañas y derrotas bélicas de los invasores en suelo sinaloense, o los de viajeros y exploradores. También Mazatlán fue para los literatos franceses «una ciudad en la Costa Occidental de México», un lugar de México, fue una referencia geográfica. Quizá el autor más conocido es Julio Verne, quien no sólo se refirió a Rosario, Sinaloa, en su obra apocalíptica «El Adán Eterno». Pero definitivamente hubo varios escritores más, aunque menos conocidos.
Fortunato de Boisgobey fue un escritor francés decimonónico caracterizado por sus obras de ficción. Y en una de ellas, «Doble Blanco», hace su aparición una dama de alcurnia denominada como La Marquesa de Mazatlán. Por Mar y por Tierra. «El Corsario» es una obra de aventuras escrita por Gustavo Aimard, en la que se nombra al puerto de Huacho, lugar donde se refugian todos los traficantes y contrabandistas de la costa «desde Talcahueno hasta Mazatlán», misma extensión donde es reconocida la corbeta española Santa María, en la misma obra. En Lea, de Alfred Assollant, uno de los personajes tiene la fortuna de haber sido nombrado Cónsul de Francia en Mazatlán.
Aunque ya en pleno siglo XX, Paul D´ivoi, quizá el sucesor de la obra de Julio Verne, escribió «Jud Allan. Rey de los Muchachos» en el cual uno de sus personajes es atacado por la fiebre en el Mazatlán de 1892.
Por supuesto que Paul Duplessis merece mención aparte. Muy joven él visitó México entre las décadas tercera y cuarta del siglo XIX. Producto de sus aventuras escribió varias novelas en las que describe México así como la vida y forma de ser del mexicano, tales como «Un Mundo Desconocido», «Aventuras Mexicanas» y otras. Pero lo más importante para nosotros, mazatlecos y demás sursinaloenses, son sus novelas tituladas «El Monte» y «La Sonora».
En El Monte, narra las andanzas de Tecualtiche, hombre enamorado de Lola, las cuales se desarrollan entre Mazatlán y Cosalá. El título se debió a que cuando él estuvo en nuestro país el juego de naipes era la principal distracción y vicio de los mexicanos, y entre éstos era «el monte» el predilecto.
El título La Sonora se debe a que cuando él visitó Mazatlán, Sonora y Sinaloa conformaban una sola entidad federativa llamada Estado de Occidente, o Estado de Sonora y Sinaloa; y derivado de esto nuestro gentilicio era sonorense. El personaje central de este libro, en compañía de un comerciante, viaja desde la Ciudad de México hasta Mazatlán, aproximadamente entre los años 1828 a 1830, ya que ansiaba conocer el Mar Bermejo. La travesía sólo les tomaría unas seis semanas. Y así comienza este libro: «El más vasto, el más rico, y al mismo tiempo el menos conocido de todos los departamentos que componen la república de México es, sin duda alguna, el de Sonora-Cinaloa.»
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