Antonio Lerma Garay
Si alguna vez visita usted Quilá, en el centro del estado de Sinaloa, lo invito a que conozca las luminarias colocadas en las cuatro esquinas de la plazuela principal, junto a la iglesia católica. Pintadas de color verde, de inmediato se dará usted cuenta de que se trata de envejecidos postes de fierro con tres farolas casi en el extremo superior; éste se encuentra adornado con enredaderas y una hoja hechas de metal. Se trata sólo de dos pares de piezas viejas del alumbrado público de este pueblo; pero sobre todo son objetos que constituyen vestigios de una historia olvidada de nuestro estado, Sinaloa.
Si usted ve con detención la primera de estas fotos, la que muestra una lámpara completa, al principio podrá parecerle nada especial. Sin embargo, en el poste, a casi metro y medio del suelo podrá usted leer la inscripción que hay en cada uno de los postes: “Obsequio de la Colonia China.1910”

Sin embargo, jamás fueron bien vistos por los mexicanos quienes los discriminaban, los vejaban, les robaban y saqueaban sus comercios, los asesinaban. Algunos historiadores ubican este sentimiento antichino como exclusivo del siglo XX, pero no es así. Esta repulsión data del siglo XIX: “En marzo de mil ochocientos ochenta y seis se esperaba la llegada del buque Sardony proveniente de China, el cual transportaba varios cientos de chinos. El gobierno mexicano había convenido la inmigración de ellos para emplearlo en labores pesadas. Fue por ello que el día veintiocho se corrió la voz en Mazatlán de que este navío anclaría en las aguas mazatlecas trayendo a los inmigrantes asiáticos. Cientos de mazatlecos fueron hasta el muelle para protestar por la llegada de aquellos extranjeros, y cuando vieron un barco acercarse los gritos se acrecentaron. Sin embargo, se trataba del barco nacional Romero Rubio. Al percatarse de su error los agitadores marcharon por las calles dando rienda suelta a su xenofobia, por lo que fue necesario concentrar a todos los elementos de la policía para calmar a los racistas. Pero las fuerzas policiales fueron insuficientes por lo que resultó indispensable recurrir al ejército. En las calles se escuchaban consignas en contra de los chinos y pronto las casas que éstos habitaban fueron atacadas por la turba que destrozaba las puertas de las viviendas y se introducía para destruir todo lo que encontraba. Por fortuna los chinos al percatarse de este salvajismo habían huido de la ciudad, y todos resultaron ilesos.” (Tomado de Érase Una Vez en Mazatlán, de Antonio Lerma Garay)
El gobierno federal se hacía de la vista gorda cuando había linchamientos y asesinatos en masa de estos inmigrantes, que también se daban en otros estados como Coahuila, Durango y Nuevo León.
Fue en Sonora y en Sinaloa donde se llegó al extremo de decretar la expulsión de los chinos de sus territorios. El último día de agosto de mil novecientos treinta y uno los gobiernos de ambos estados decretaron la expulsión de los chinos. En los primeros días de octubre en Guamúchil, Sinaloa, se dio un enfrentamiento entre asiáticos y guamuchilenses cuyo resultado fue uno de aquéllos muerto y varios heridos por bando.

Pero qué despertaba esa xenofobia en los sinaloenses, sonorenses y otros mexicanos. La envidia parecía ser la primera explicación; los chinos eran propietarios del ochenta a noventa por ciento de las tiendas. La segunda explicación era que la Gran Depresión de Estados Unidos había hecho perder sus empleos a miles de mexicanos obligándolos a regresar a su país.
Son varios los estados que deberían ofrecer una disculpa pública a la comunidad china por aquellos actos y leyes xenofóbicas, racistas, discriminatorias; entre ellos, por supuesto, Sinaloa y aun el gobierno federal. Algo que, claro, jamás sucederá.
Por ello, si alguna vez viaja a Quilá, deténgase un momento a apreciar estos cuatro fierros viejos que, más que eso, son recuerdos de un pasado vergonzoso, vestigios de una historia olvidada.
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