Antonio Lerma Garay
Borda en los límites de la imposibilidad conocer la fecha exacta de la llegada de la primera bicicleta a Mazatlán, es en realidad muy difícil saber siquiera el año en que esto sucedió. Seguro es que llegó en barco, casi seguro que provenía de San Francisco, California, pero cuándo…No obstante, el año 1899 se publicó en Estados Unidos «Davy. Historia de un Gringuito» del escritor Henry S. Brooks en la que se nos brindan algunos datos reveladores al respecto. Davy Bowman y su madre se hospedaban en el Hotel Internacional de Mazatlán. Él era un niño de unos siete años de edad. Su padre era el coronel Bowman, superintendente de la Hacienda de los Toros, una mina en realidad, donde pasaba semanas enteras. La época en que se ubica está anécdota es muy cerca de la toma de Mazatlán por el ejército francés.
Una tarde apareció el coronel en el patio del hotel y le mostró a Davy una pequeña bicicleta, ya éste había recibido varias lecciones para montarla por lo que de inmediato su subió en ella y se paseó. Por la tarde, le había prometido su padre, el niño podría ir a la «alameda», es decir a la plazuela a pasearse. Y así sucedió. Horas más tarde, ya que el sol caía y el calor había cedido unos cuantos grados, Davy y su bicicleta hicieron su aparición en la Plazuela de Mazatlán. Ahí ya se encontraban don Eugenio y el escritor Brooks, amigos del pequeño, quienes lo animaron a pasearse.
Al ver al niño rubio montado en aquel artefacto, todos los niños corrieron hacia él para presenciar el espectáculo inédito. No se trataba de una draisina, tampoco de triciclo para niños. No. Ahí estaba la bicicleta de Davy, la primera en aparecer en Mazatlán.
Entre los pequeños espectadores se encontraba una nativa de nombre Lolita Sánchez, de la misma edad que Davy. Brooks, al verla interesada en la escena que se desarrollaba, la llamó para preguntarle:
«- Hija, qué piensa de todo esto.
- Creo que el gringuito es muy valiente –exclamo ella.
- Y muy ágil. ¿No?
-Si señor.
- ¿Te gustaría pasear en bicicleta?
- Si señor –dijo hesitando. Pero las bicicletas no son para las niñas. Podría caer y lastimarme.
- ¿Te gustaría hablar con el gringuito?
- Si señor –dijo ella sin el menor rubor.»
Muy pronto Brooks presentó a Lolita y a Davy. Y mientras ella se mostraba interesada en aquel niño extranjero, éste no ocultaba su indiferencia. Al lado de ellos, un gran número de niños mazatlecos estudiaba, admiraba aquel artefacto de dos ruedas que nunca antes habían visto.
Días después Davy regresó solo a la plazuela para pasearse en su bicicleta, y entonces sucedió lo impensable: un policía celoso de su deber arrestó al pequeño por pasearse en la alameda y marchó con él y su bicicleta al juzgado. Eugenio y el escritor Brooks, al enterarse de este absurdo, corrieron de inmediato al rescate del pequeño. Cuando los dos estadounidenses entraron al edificio quedaron sorprendidos al ver a Davy sentado junto al alcalde como si fueran viejos amigos. Éste no sabía una palabra de inglés y el español del pequeño era muy limitado, pero ahí estaban hombre y niño sonrientes, platicando lo mejor que la barrera idiomática les permitía.
Muy pronto el alcalde les pidió lo acompañaran. Y ahí iban él, Eugenio, Brooks y Davy montado en su reluciente bicicleta. Ya en la plazuela, el oficial mexicano le dijo al pequeño ciclista: «De norte a sur, de oriente a poniente, todas las banquetas de Mazatlán son tuyas para que te pasees a gusto»
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