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martes, 19 de septiembre de 2017

Jacoris Conde

Antonio Lerma Garay

Hundimiento del buque "Jacoris Conde" con 42 personas a bordo
La goleta Toni Maru zarpó de Yokohama, Japón, la noche del 31 de diciembre de 1918 al primero de enero de 1919, y llegó a Ensenada, Baja California, el primero de marzo siguiente. 


Si los planes no sufren cambio alguno,  es decir si Dios lo permite, el libro “Nota Roja en el Mazatlán de Antaño”, de Antonio Lerma Garay, deberá ser publicado el próximo año, 2018. (Ya para finales de este 2017 tenemos la presentación de “Lo Mejor del Mazatlán Decimonónico”; y, si la UAS lo permite, de “El Puerto de Mazatlán, Bastión estratégico en el Noroeste Mexicano: Siglos XVII-XVIII” investigación hecha por su servidor y la doctora María Luisa Rodríguez Sala.

“Nota Roja en el Mazatlán de Antaño” es una selección de hechos trágicos acontecidos en nuestra ciudad y puerto durante el siglo XIX y las primeras dos décadas del siglo XX. El común denominador de todas ellas es la muerte, lo que las hace dignas de haber aparecido en la revista “Alarma”. Por ejemplo:


Jacoris Conde

La goleta Toni Maru zarpó de Yokohama, Japón, la noche del 31 de diciembre de 1918 al primero de enero de 1919, y llegó a Ensenada, Baja California, el primero de marzo siguiente. Contratados por el propietario de dicho barco, el también nipón. Kondo, a bordo venían cuarenta  japoneses destinados a trabajar como pescadores y buzos de abulón en las costas de la península mexicana.  El navío había sido construido en Yokosuka el año 1915, y medía treinta metros de eslora, con un peso de 170 toneladas. Tras su llegada a las aguas mexicanas, durante algún tiempo el barco viajó constantemente entre San Diego, California, y Bahía de Tortugas, Baja California, transportando al primero los productos extraídos del mar.

Sin embargo, en febrero de 1920 un empresario mexicano radicado en Mazatlán, de nombre G. Soto, llegó a un arreglo con Kondo y le compró el Toni Maru en treinta y cinco mil pesos. Casi inmediatamente, Soto lo llevó a San Diego donde le hizo instalar un  potente motor diesel de 100 HP,   con el obvio fin de que cruzara los mares con más celeridad.  Cuando por fin el barco ancló en las aguas mazatlecas quedó atrás su pasado nipón y fue registrado como barco mexicano y rebautizado como Jacoris Conde. Muy pronto este barco realizaba viajes de cabotaje entre el puerto sinaloense, Manzanillo, Acapulco y otros puertos del Pacífico mexicano, además de San Francisco, California.

Si bien sus historias eran nada envidiables, el Jacoris no era el primer barco propiedad del señor Soto, ya que en los quince meses anteriores había tenido dos navíos más. Uno de ellos, goleta de dos mástiles, se había hundido al voltearse en el Golfo de  California, arrastrando consigo varias personas. La otra nave también se había hundido en un punto indeterminado del Pacífico mexicano. Marineros con experiencia culpaban a Soto de ambas tragedias, ya que, argumentaban ellos,   en ambos casos las naves iban sobrecargadas y la carga mal distribuida.

En un viaje que el Jacoris efectuaría de Mazatlán a Manzanillo hacia mediados de julio de 1920, el señor Soto también ofreció los servicios de pasaje. Para esas fechas  el clima era perfecto, y cuando la nave zarpó de las aguas mazatlecas el mar se encontraba en calma. En el navío viajaban un  total de cuarenta y dos personas, entre ellas veinte mujeres y niños; un número indeterminado de hombres de la tripulación, y otros tantos viajeros. Pero una vez más el señor Soto había hecho de las suyas: era excesiva la carga que transportaba su nave y mucha de ella había sido colocada irregularmente sobre la cubierta principal.

Pasaron varios días y en Mazatlán se pensaba que el Jacoris ya se encontraba en el puerto colimense, en tanto que en éste las autoridades encontraban raro que el navío no hubiera llegado aún.  Pero hacia el día veinte de ese mes, un elevado número de  pecios comenzó a aparecer en una playa ubicada a sólo sesenta y cuatro kilómetros al sur de Mazatlán; al parecer en las cercanías de Playas de El Caimanero. Sin embargo, lo dantesco fue que junto con los fragmentos de la nave varios cadáveres llegaron hasta las arenas, además de que más y más cuerpos sin vida fueron encontrados esparcidos flotando en las cercanías de la playa. Algunos de éstos de inmediato fueron identificados como miembros de la tripulación del Jacoris.

La verdad es que no hubo persona alguna que brindara su testimonio sobre lo que sucedió en esa noche de terror,   nunca se supo con certeza qué fue lo que causó el hundimiento del Jacoris, ya que de las cuarenta y dos personas que viajaban en el barco ninguna sobrevivió.

No obstante, se concluyó que el Jacoris Conde se había hundido la noche del mismo día en que zarpó de Mazatlán. Además, tomando en consideración las dos anteriores ocasiones en las que se vieron envueltos barcos del señor Soto, la prensa estableció que este navío iba sobrecargado, con cargamento mal acomodado en cubierta y que una repentina marejada lo sorprendió lo que causó que esta carga se moviera, ladeara el buque hacia babor o estribor, ocasionando que  éste cediera y se volteara.  Además era de noche cuando esto ocurrió, lo que disminuyó las oportunidades de que tanto pasajeros como tripulación pudieran salvarse.

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