Es viernes santo y la ciudad es un desierto. Los motores de vehículos han dejado de escucharse
y sólo el canto de los pájaros es tranquila compañía. El día anterior
convivimos como ahora en familia y acampamos en el balneario. El trayecto ayer
de ida y vuelta fue tranquilo; elementos de vialidad y de protección civil nos
guiaron a velocidad permitida hasta la entrada al Maviri. Cada tanto tramo
había cuando no una patrulla de vialidad cuando menos un agente de tránsito. Muy
buena me pareció la estrategia de marcar la pauta en el trayecto y la vigilancia
a cada tramo. Al fin lo que al presidente municipal le conviene es salir con
una semana santa blanca, es decir sin accidentes y si los hay que no sean de
consecuencias qué lamentar. Allá varios cuerpos de vigilancia cuidaban también que
el divertimento se cercara dentro de la tranquilidad y la armonía, pese a ser
una gigantesca cantina donde se ve todo tipo de personas caminar en todos
sentidos. Al llegar al balneario personal de Obras Públicas del ayuntamiento de
Ahome nos regaló varias bolsas de plástico para depositar la basura. Policía Federal,
municipales y elementos de Marina se hicieron presentes. Todo transcurrió
dentro de los cauces normales. La casa de campaña, el bracero y las sillas
frente al mar. La familia, que se partió en un principio por el desacuerdo en
el lugar tomado pero a final de cuentas estábamos ahí, contemplando el mar.
Llegamos a eso de las dos de la tarde. Fue una tarde
tranquila y apacible, con el normal ronroneo de los motores, la algarabía musical
por todos lados y el vaivén de carros, motos en tierra firme y las lanchas y motoskie
en el mar. Todo era normal dentro de lo que cabe, transcurrió lo que restaba de
día en aparente calma. Mi nieto Tavito inquieto como de costumbre no encuentra
que hacer, hasta que finalmente encuentra un palo “para cazar cangrejos”,
mientras que Diana mi hija y su novio Miguel platican sentados en la arena bajo
los candentes rayos del sol, y Gilberto, mi hijo y su novia Elena paseaban por
la playa.
Todo transcurría
normal hasta ahí, pero el drama fue en la noche, a la hora de dormir; pensamos
dormir tranquilos por los botes de Tecate laigt que nos tomamos y nos fuimos a
dormir después de varias horas de plática y una rica capirotada que por primera
vez mi esposa María Esther elaboró para estas fechas. Sin embargo, no resultó
el descanso y el relajamiento como lo habíamos planeado, pues a eso de las dos
de la mañana llegaron un grupo de jóvenes en un carro con la música a todo
volumen.
Escuchar corridos de narcos estaba destinado para nosotros esa noche
sin poder dormir, e inevitablemente optamos por escuchar las canciones y las
pláticas de otro grupo de jóvenes que cantaban con guitarra al lado opuesto.
A esta
hora ya la vigilancia no existía y nuestro sueño se encontraba a expensas de
los muchachos que no se cansaron de beber y reír toda la noche, además de los escandalosos
gritos que no dejaban de escucharse provenientes de los ruidosos jovenzuelos. Más
temprano antes que despertara el sol escuchamos un carro que se dirigía por la playa,
nos asomamos mi esposa y yo por la ventanita de la casa de campaña y vimos que
el vehículo envió con el parpadear de su torreta o sus fanales una seña que no
supimos a quién, pero al instante sentimos que los muchachos ruidosos se fueron
del lugar. Así, a eso de las cuatro o cinco de la mañana quedamos por fin dormidos.
Temprano me levanté a poner carbón al bracero para calentar
el café que previamente llevábamos preparado. Así es que llevaría a cuestas el
insomnio todo el día a menos que mi cuerpo sucumbiera ante el cansancio del
desvelo. Pasó la mañana y la tarde un día soleado y caluroso.
El vendedor de mangos, los vendedores
Así, por la tarde, a punto de sueño fascinado por los precisos
cortes en los mangos, y ver hipnotizado cómo transitaba su cuchillo por el
cuerpo delicioso de la fruta, siguiendo los certeros movimientos de su mano que
terminaban en la mano ansiosa del comprador con una hermosa
flor amarillenta y dulce, mientras con la otra pagaba su compra. Los levanta
botes, gente que trabaja recogiendo los
botes de aluminio tirados a la arena por los tomadores de cerveza, la señora de
las “viejas”, chicharones de cerdo les llaman en otras partes, los helados, el
vendedor de semillas; cacahuates, pepitas de calabaza, de todo tipo de
vendedores había en la viña del señor de la playa y de todas partes, del sol y
las estrellas, pero, más tarde al ponerse el astro rey, vendría un vendedor del
que no distinguía sino su silueta y quien sin más se acercó con la mano
extendida y me pregunta con aplomo:
-¿quiere
un cubo de plantamar?
-¿Qué es eso? –respondí inquieto al sorpresivo visitante.
-Es un pedazo de playa comprimido
-me soltó de sopetón.
¿Cómo?... cómo que un pedazo de playa? –respondí sorprendido
e incrédulo…
-Sí, ya ve que todo ahora está muy adelantado… sé que es
increíble pero también son increíbles muchas cosas que ni nos imaginamos que
existen. Ahora con la manipulación
genética sabía usted que ya puede comprar un hígado, un pulmón u otro órgano
que tenga enfermo? –arremetió.
-Mm, sí, algo sé de eso… pero de eso a que pueda comprimirse
un pedazo de playa?... no juegue –le espeté en tono molesto.
El tipo, o la sombra aquella que hablaba ya a la luz de la
luna, se quedó un momento en silencio.
-Mire es sencillo, -dijo luego, tan sencillo como la bipartición
y reproducción celular; ya habrá escuchado de ello, en este caso es igual, son moléculas que se reproducen y la
ciencia ha desarrollado esta capacidad; se comprimen en cubos como estos-, dijo
mostrándome en efecto un cubito de unos cinco centímetros medio transparente de
color azul y plomizo. Quiere que le haga
una prueba? – insistió.
Ahora fui yo quien quedó en un espacio de silencio. Y es que
hoy en día todo se puede esperar. Pero a mí no me iba a ver la cara cualquier
vendedor y timadores hay muchos que se aprovechan de la inocencia e ignorancia de
la gente para sacar provecho. En fin, estamos en el mundo pensé.
-A ver –contesté todavía desconfiado pero atento.
El hombre, o la silueta de aquél hombre -era lo que veía pues
aún no prendíamos la fogata-, se dio
cuenta que me estaba persuadiendo, pero me resistía a dejarme convencer tan
fácilmente, aunque sus argumentos fueran lógicos y enterado del desarrollo
tecnológico y científico cabía la posibilidad de que en verdad tuviera él en
sus manos un pedazo de playa atrapado en ese cubo.
-Mire –continuó-, deje que le haga esta prueba, aquí son
solamente quince centímetros cuadrados ya descomprimidos, páseme es platón –dijo,
señalando la mesita en donde teníamos los cubiertos sartenes y la olla para calentar
el café, entre otros utensilios de cocina y me explicó:
-Dependiendo de qué lado quiera la arena al sur al norte
oriente o poniente, ubica el cubo donde quiera poner su pedazo de playa. Solamente
hay que echar encima tres gotas del líquido que contiene este gotero –me mostró
sosteniéndolo en su mano. Yo solamente le echaré una, porque nada más es una
prueba.
Enseguida colocó el cubo con el lado de color plomizo hacia
mí y el lado opuesto quedó el color azul. Lo situó en el plato y le dejó caer
una gota del líquido. De inmediato se empezó a derretir el cubo y en efecto en
unos instantes de un lado lo que parecía agua y del otro arena llenaron el
utensilio de cocina. –Lo ve usted? –me preguntó sin levantar la cabeza.
-Sí, lo veo y no lo creo –contesté muy sorprendido. Está bien,
cuánto cuesta ya un poco convencido -me animé a preguntar.
Esta es una prueba solamente, este otro que traigo acá es para
20 metros cuadrados de playa, este otro para 100 y así, cada uno es distinto en
su tamaño –¿de qué tamaño la quiere?
-¿La podría poner en la azotea? –volví a inquirir.
-Por supuesto, ¿cuánto mide su azotea? -contestó enfático.
-Aproximadamente 20 metros cuadrados – respondí.
-Este es para esa medida –extendió su brazo pretendiendo
darme el cubo.
-No, pero dígame cuánto cuesta –le dije inseguro-, pues no
traía mucho dinero y un beneficio de esa naturaleza seguro no estaba a mi
alcance –consideré.
-Solamente 500 pesos, es precio de introducción –dijo
aquella silueta.
-Mm, no creo traer tanto –le contesté mientras sacaba mi
billetera del bolsillo y en efecto, solamente me acompañaban 200 pesos.
-Démelos –dijo sin miramientos.
-¿Cómo? –pregunté sorprendido.
-No importa –señaló, démelos.
Saqué dudoso los 200 pesos de mi billetera y se los di, al
momento me extendió el cubo y lo puso en mi mano. Después metió la mano a la
bolsa que traía colgada del hombro y me dio el gotero.
Luego aquella sombra se retiró de mi lado y en ese preciso
instante María Esther se acercó a mi preguntando -¿Con quién hablabas?
-Con nadie, es sólo un borracho -lancé encubridor.
-Yo no vi a nadie –me dijo.
-No, no era nadie, estaba hablando solo –dije un poco
inseguro.
-Mm, -fue solamente su respuesta.
Ya por la mañana, desayunamos en la playa para
posteriormente disponernos a partir, y sin contarle nada a nadie de mis planes,
nos venimos a la ciudad, tranquilos, escuchando música y comentando ellos sobre
los muchachos escandalosos que no nos dejaron dormir bien, y yo recordando a
Octavio Paz y René Cabrera.
Al fin en casa, en la ciudad, escuchando el trino de los
pájaros y bajo el deleite silencioso de la ciudad desierta, disfrutando de
nuevo el mar mojándonos los pies y nuestros cuerpos tirados sobre la arena.
Gilberto Vega Zayas
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