UNO. Detenido en Guaymas.
Antonio Lerma Garay
Hijo de Clara y Michael Jebsen, nacido en
1891 en Hamburgo, Alemania, Frederick Jebsen era un joven empresario naviero
quien era el director de su propia compañía, la Jebsen Steamship Company, de
San Francisco, California, la cual operaba los vapores Erna y Ella. Su familia
era propietaria de grandes compañías navieras en aquel país europeo. Pero sobre
todo él era un miembro de la élite social, su presencia causaba furor en la
aristocracia de dicha ciudad. De pelo rizado y rubio, ojos azules, siempre bien
vestido, el fornido fúcar medía 1.98 metros de
altura; además de alemán hablaba ruso, italiano, francés, español e
inglés. Compartía un lujoso departamento
con el Barón Von Berkheim, miembro del cuerpo consular del país europeo.
Era 1913 y México ya convulsionaba debido a
la guerra civil, y por ello muchos navegantes evitaban viajar a estos lares.
Pero no Jebsen, al contrario, intrépido y atrevido él veía en estas circunstancias
las posibilidades de crear ganancias para su compañía y para él. Fue por ello
que en más de una ocasión viajó a
puertos mexicanos y a la misma capital de este país. La compañía Jebsen había
adquirido un buque más, el Jason, de bandera noruega. Y en aquella época en los
puertos mexicanos no había aún aparatos telegráficos, por lo que los buques de
guerra estadounidenses permitían enviar mensajes telegráficos privados.
Innovador, el 14 de junio de 1913 Jebsen equipó su nuevo barco con sistema de comunicaciones telegráficas
convirtiéndolo así en un moderno centro de comunicaciones.
El domingo 28 de septiembre de 1913, el
joven se encontraba en Guaymas, Sonora, y sin explicación ni causa alguna las
tropas federales lo arrestaron y pusieron en el calabozo de un cañonero. Del
buque de guerra mexicano, el alemán fue llevado a la prisión de aquella ciudad
y luego sería trasladado a Mazatlán, donde sería juzgado por el delito de, de…
Bueno, la verdad es que aquel hombre no había cometido delito alguno. Y seguro
es que Victoriano Huerta, sentado en Palacio Nacional, ni siquiera sabía sobre
la existencia de esta persona, pero dicha detención habría de traerle un
pequeño dolor de cabeza.
El buque de guerra estadounidense USS
Maryland se encontraba en las cercanías de Guaymas y cuando su capitán se
enteró de la detención del “socialité”
de inmediato transmitió una nota que decía: “Jebsen, prisionero político
desde el pasado domingo”. Muy pronto la noticia llegó a San Francisco,
cuya Cámara de Comercio de inmediato
solicitó la intervención de la clase política a favor del teutón, con lo que el
caso llegó hasta el Departamento de Estado, en Washington. Aún más, Franz Bopp,
cónsul de Alemania en el puerto californiano y amigo íntimo de Jebsen dio aviso
a su embajada en la capital estadounidense. Con todo esto el incidente fue
mucho más allá, geográfica y políticamente; la noticia no tardó en llegar a
Alemania y cuando la familia Jebsen se enteró, sin perder un segundo acudió
ante el Kaiser Guillermo II solicitándole su intervención.
La embajada de Alemania en la Ciudad de
México muy pronto elevó una protesta ante las autoridades mexicanas, el mismo
káiser pedía una explicación a Victoriano Huerta, además la intervención del
Departamento de Estado en Washington era inminente. Por ello, la mañana del lunes 6 de octubre Frederick Jebsen fue liberado, y
pasó de la cárcel a la habitación más lujosa de un hotel de Guaymas. Después el exprisionero fue invitado a subir
al cañonero Guerrero a bordo del cual fue llevado a Mazatlán, pero en calidad
de pasajero en uno de los camarotes. Una vez de vuelta en San Francisco, Jebsen
fue entrevistado y explicó que su detención se había debido a maquinaciones de
sus competidores en el lucrativo negocio del transporte marítimo.
DOS. El Carbón del Vapor Mazatlán.
El 21 de agosto de 1914 la lancha torpedera
Preble de la Marina de los Estados Unidos se posicionó en las cercanías de la
Isla de Alcatraz, en San Francisco, California, con la única misión de impedir
la salida del vapor Mazatlán, propiedad de la Jebsen Steamship Company, pero
que navegaba con la bandera tricolor. Menos de un mes antes, el 24 de julio,
había estallado la Gran Guerra, y Estados Unidos y México se mantenían neutrales. Pero en un
triángulo formado por Samoa, Seattle y Mazatlán, catorce buques de guerra
japoneses peinaban esa gigantesca superficie en busca de cinco poderosos
cruceros alemanes que amenazaban a los buques mercantes de Francia, Reino Unido
y Japón. Para el 4 de agosto, y desde días antes, en las aguas mazatlecas se encontraba anclado
el buque de guerra alemán Leipzig, sin rebelarse cuál era su misión.
Al parecer el Jason, aquel buque noruego,
cambió de nombre y de bandera, pasando a ser el Mazatlan. Y encontrándose en
San Francisco fue cargado con 500 toneladas de carbón. Luego, el jueves 20 de agosto, aplicó para
que se le permitiera zarpar del puerto,
permiso que le fue negado por las autoridades arguyendo que aquel carbón estaba
destinado para algún buque de guerra alemán. Pero el caso no terminó ahí, sino
que fue enviado a Washington, donde el día 24 el Departamento de Estado ordenó se le permitiera la salida, pero con
ciertas condiciones: Si el Mazatlán entregaba aquel mineral a algún buque
alemán sería considerado quebrantamiento al estado de neutralidad que guardaba
Estados Unidos; por ende, se debería otorgar una fianza de 20 000 dólares para
garantizar la cual fue otorgada por el representante alemán en aquel puerto.
Muy pronto el Mazatlán zarpó rumbo a Guaymas. Y, tal como se esperaba, aquellas
500 toneladas de carbón terminaron en la cubierta del Leipzig.
Existen dos versiones de este asunto.
Frederick Unger, cónsul de Alemania en Mazatlán establece que el carbón había
sido comprado por la firma Iberri e Hijo de Guaymas, y que fue descargado en
los muelles guaimenses. Dos días después de eso llegó el Leipzig y establece
Unger “compró este carbón porque tenía todo el derecho de hacerlo”. Otra
versión establece que de San Francisco, el buque de bandera tricolor se dirigió
a Bahía Concepción, donde Jebsen mismo esperó al Leipzig y ahí transfirieron el
mineral. Claro que, siendo él todo un galán, por supuesto que Frederick no
realizó el viaje solo. Lo acompañaba el teniente Zur Hollee, pero en San Pedro,
California, subieron a dos jóvenes mujeres, Grace Cunningham y Mabel S, quienes
les alegraron el viaje. Según la primera de ellas el Mazatlán esperó al Leipzig
en algún lugar de la costa bajacaliforniana donde transfirieron el carbón
además de provisiones, luego viajaron
hasta el puerto de Mazatlán donde la otra mujer y el teniente se separaron tras
una discusión con el empresario naviero.
Los vapores Erna y Ella habían desaparecido
de Estados Unidos desde tiempo atrás. Y si bien el Mazatlán y Jebsen regresaron
a San Francisco, este hombre sabía que pronto se abriría una investigación y
por ello, subrepticiamente, en los últimos días de agosto de ese año salió de
San Francisco. Pero antes de que esto sucediera, el 14 de octubre, el Mazatlán
efectuó la misma operación y zarpó de San Francisco, entró a San Pedro donde
cargó más mercancía y salió rumbo a puertos mexicanos transportando carbón y
provisiones destinadas a barcos de bandera alemana.
TRES. Al servicio de los revolucionarios
mexicanos.
En Estados Unidos se corrió el rumor de que
el teutón había alcanzado la costa este del país y había abordado un barco
alemán. Sin embargo, este hombre había decidido aposentarse en alguna playa
mexicana. Aquí durante algún tiempo voluntaria u obligadamente sirvió a los
constitucionalistas quienes a bordo del Mazatlán transportaron a Manzanillo un regimiento de trescientos
soldados con tres generales. De ahí el buque navegó de regreso a Mazatlán,
trayendo otro regimiento de soldados rebeldes con 650 soldados federales
prisioneros, además de mil rifles, un millón de municiones y otros pertrechos.
Abordo viajaba un militar que había dirigido gran parte del sitio a Mazatlán,
el general Juan Carrasco. Éste, platicando con un joven tripulante nativo de
Nueva Zelanda, le dijo “he estado en unas
veintisiete batallas” El neozelandés miró el elevado número de cicatrices
de bala que Carrasco tenía por todo el cuerpo, y señaló: “a juzgar por su apariencia,
puedo creerle”
El 19 de agosto de 1915 el buque de guerra
británico Baralog atacó y hundió el submarino alemán U36. Al publicarse la
lista oficial de los muertos, ahí apareció el nombre de Frederick Jebsen. Pero
el 16 de marzo de 1916 esta noticia fue desmentida por el consulado alemán en
San Francisco, el cual dio aviso oficial
de que el exteniente se encontraba en misión secreta al servicio del káiser.
Finalmente el 8 de febrero de 1916, ante
una corte federal de San Francisco, se
inició el juicio por haber infringido las leyes de neutralidad. El cónsul
alemán figuraba como indiciado, lo mismo que el representante de Turquía, Frederick Jebsen y veintinueve personas más.
Se supo que Jebsen se encontraba en algún lugar de China.
La verdad es que Frederick Jebsen no era un
hombre ordinario. Él había sido teniente en la marina alemana y actuaba como un
miembro del servicio secreto. En la misma época del caso del carbón para
el Leipzig, se las había ingeniado para
enviar armas a la India a bordo del barco Maverick, operación que fracasó pero
no por causas imputables a él. Por ello, no fue raro que el propio káiser
Guillermo II pidiera a Victoriano Huerta explicaciones sobre el arresto de su
súbdito; y cuando Estados Unidos entró a
la Gran Guerra consideraba a Jebsen como uno de sus grandes enemigos.
(En la foto: El “Mazatlán” de Jebsen)
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