Los Mochis, Sin.- Todos y cada uno de ustedes, miembros de esta secreta multitud, denominada lectores, tiene una buena razón para asaltar la Plazuela 27 de septiembre en el mes de Noviembre. Un tam tam invisible nos convoca. Salimos de nuestros refugios para oficiar un mayúsculo rito público que pasa desapercibido para la gran mayoría: la celebración de la palabra, el reconocimiento del libro como la piedra de fundación de nuestra cultura, la defensa del íntimo y apasionante acto de leer. Somos una ínfima cantidad de seres a nivel nacional- una inmensa minoría, sentenciaría el poeta Juan Ramón Jiménez -, los que tenemos la convicción de que nuestra memoria, nuestra identidad y esa poderosa herramienta que es el lenguaje se cifra en esos objetos tecnológicos atemporales y maravillosos denominados libros.
Estábamos dispersos y no teníamos idea de que fuéramos tantos. Nos formamos como lectores debajo de los árboles que cantaban, hundidos orondos en los sillones, sentados en el último escalón de aquella escalera que bajaba hacia la infancia, alejados de la mirada de mamá que nos quería mandar por las tortillas, en los camiones urbanos que hacían saltar las letras hacia todos lados, parados durante horas en la Librería Mochis con la complicidad de Sebas, el administrador.
Y fuimos cobrando a solas, la certeza de que aquellos libros (novelas, cuentos, poemarios, crónicas, leyendas) nos proporcionaban una sensación que entonces éramos incapaces de designar: placer. Diversión, entretenimiento, emoción, miedo, estremecimiento, nostalgia, redención.
Vivíamos una vida pero el asomarnos a los libros nos permitía entender mejor el peso de nuestros actos, la belleza anidada en las cosas simples, el origen de nuestras emociones, el sentido de nuestro vivir. Leer para comprender la existencia. Parece poca cosa pero no lo es. Tal vez, aventurando una especulación, los libros, la literatura, ayudan - parafraseando a TS Eliot - a soportar mejor la realidad. Más aún esta a veces dura, insolente y atroz realidad sinaloense.
Esto nos remite a otra observación. Creemos que el mundo es un poco más gentil si convencemos a alguien, a una niña, a un nieto, a un amigo, a una mamá, a un maestro, de que se convierta en lector o lectora. Podrá saber donde tiene puestos los pies en el mundo, descubrirá la magnífica belleza que posee el lenguaje, se acostumbrará a reflexionar con profundidad a través de la novela. Y pronto habrá de sumarse a esta multitud discreta, a esa cofradía de pocos seres humanos que son capaces de explicarse cabalmente el tiempo que habitan y el ser que son.
Si después de cada noviembre logramos incorporar a otros niños, a otras mujeres, a otros indiferentes a la lectura; si conseguimos que un racimo de miradas se deslice por las páginas de un libro, si una niña ríe a carcajadas leyendo un cuento, si alguien se estremece ante un poema, si ustedes tienen la certeza de que esta Feria del Libro – este mayúsculo provocación a la inteligencia - es un acto que reivindica la Vida, entonces tendrá sentido continuar, pensar en la décima sexta o en la trigésima.
Y nosotros ( José Armando (Jose Armando Infante), Javier Perez Robles, Elmer Mendoza, Liliana Varela, Baldomero Felix Soto, Adriana (Luna Jázara) y Gaby Velderrain, Maribel Valdez, Rosario Manzanarez, Jorge Mario Escalante, Mariela Mendívil, César López Cuadras, Víctor Gutiérrez Román y otros más que no sé si deliberadamente olvido mencionar), tendremos la certeza de que no nos equivocamos cuando terca, empecinadamente, nos propusimos sembrar un tímido árbol - diminuto y, vulnerable - en este páramo, un árbol que ahora nos prodiga su sombra, su música, su ejemplo, sus palabras.
Alfonso Orejel Soria / 9 de Noviembre 2008/ 4 de julio 2017
Gracias por este reconocimiento a todos aquellos que han mantenido viva nuestra Feria del Libro de Los Mochis.
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