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jueves, 6 de julio de 2017

José Luis Cuevas y sus visitas a Sinaloa

Por Francisco Chiquete Cristerna

Promediaba ya el periodo rectoral de Jorge Medina Viedas en la UAS, cuando vino a Culiacán José Luis Cuevas. Pese a su glamorosa proyección internacional, tuvo una sencilla estancia, que coronó comiendo raspados en una silla de la Plazuela Rosales.



Ahí se enfrascaron en una plática de la que Jacobo Vega y yo fuimos testigos y muy ocasionales partícipes. Las formalidades y tanteos empezaron a aligerarse con la confesión de Medina acerca de una confusión personal. Se refirió algún libro europeo de cuyo autor, por los complicados nombres de Europa del Este, siempre pensó que era hombre. En esos términos lo refirió ante un experto que casi escandalizado le corrigió: se trataba de una mujer. Imagínate mi pena, remató el entonces rector.
-Pues no te hubieras apenado, porque casi acertabas. La señora tenía unos bigotes y una apariencia tal, que más le habría valido ser hombre, soltó Cuevas carcajeándose.

Ahí en la Rosales, sobre una mesa rústica de refresquería, el artista se puso a hacer unos trazos que luego dedicó a Medina Viedas. Con facilidad pasmosa hizo tres o cuatro autorretratos que el entonces rector guardó con avaricia, ignorando las expresiones de “mochilas”, que le hacíamos Jacobo y yo.
Luego platicó la experiencia de su anterior viaje a Sinaloa. -Me invitaron a dar una plática en un teatro, que estaba lleno de gente uniformada. Alguna universidad formal, pensé. Luego me dijeron que eran burócratas y yo creí que el servicio público era muy culto. Sólo al final caí en cuenta que era acarreo.
Durante la plática di rienda suelta a la polémica que por entonces traía con Toledo y con Tamayo, a quienes combatía ferozmente en cada espacio que se me presentaba, y conforme iba hablando de ellos percibía gestos de asombro en la asistencia.
El colmo fue cuando terminé y tras bambalinas, la gente del gobierno y el propio gobernador que había ido a saludarme (Alfonso G. Calderón), me ofrecieron protección y me manifestaron su preocupación por todo lo que había dicho, aunque claro, ellos estaban de acuerdo en todos los señalamientos contra Toledo y Tamayo.
-No es necesario, les dije, ni que ese par de imbéciles tuvieran tantos seguidores en Sinaloa… No, nadie los quiere, pero de todos modos hay que cuidarse.
Sólo estando en el aeropuerto me di cuenta que mientras yo hablaba de pintores, ellos hablaban de políticos locales.

En alguna de las visitas de Cuevas a Mazatlán, circuló la falsa noticia nacional de que Juan José Arreola había muerto y que tras el deceso habían aparecido problemas financieros del personaje.
El pintor escuchó primero con asombro, con pesar. Después se puso a averiguar qué podía hacer para ayudar y terminó disertando en el Shrimp Bucket sobre el triste destino de gente como Arreola, que tanto había dado al país y al mundo, y que moría “en la inopia”. Quién sabe qué pensaría al enterarse de que los reporteros lo habíamos embarcado en una muerte inexistente.

Volvería varias veces, invitado por Codetur (hoy Cultura) a participar en el Premio Antonio López Sáenz.
Cuevas fue el creador del término Zona Rosa para definir el conjunto de cafés y galerías de arte donde se reunía con los personajes de la cultura nacional. Como todos los jóvenes inquietos de los setenta, yo soñaba también llegar una noche al Perro Andaluz y toparme con una mesa integrada por García Márquez, Monsiváis, el propio Cuevas. Nunca los encontré, pero con ese pretexto invitaba a todas mis amigas mazatlecas que iban por aquellos rumbos.

Hoy en todas las reseñas luctuosas dijeron que el bautizo de Zona Rosa fue un homenaje a la actriz cubana Rosa Carmina. En el Shrimp Bucket nos dijo otra cosa. -Como había ahí un ambiente libertario en lo cultural y hasta en lo sexual, mucha gente se escandalizaba y un día me preguntaron los periodistas si era una zona roja. Yo con algo de humor les dije que no, que no llegaba a tanto y si acaso, era una zona rosa, no roja, porque no pasaba tanto como la gente decía o creía. Y así se le quedó.



La primera vez que mis amigos y yo vimos a Cuevas fue en la inauguración de la Galería Arte Activo, de Roberto –Pito- Pérez Rubio. Habría que ver la expectación de quienes estábamos, con un jurado como el de Cuevas, Raquel Tibol y el propio Pérez Rubio. Pero en todos lados se cuecen habas. EL Chito Gua Gua recibió de ellos una mención honorífica.

De esa visita quedaron alucinados dos compañeros. Yolanda Pratts, reportera, cuando se enteró de que Cuevas preguntó “¿quién es esa mujer tan opulenta?
Y Pepe Franco, quien en la plática le sacó una declaración impactante: “los tres grandes muralistas mexicanos sí eran grandes” y se desdecía de todo lo que les había echado en cara.
Era una cosa de gran calado. Cuevas fue hasta impertinente con ellos en su afán de ruptura. Lo fue al grado que a David Alfaro Siqueiros le brotó lo Coronelazo y declaró “no hay más ruta que la nuestra”, y el pintor, espíritu rebelde y libertario, se le lanzó más a fondo.

Esa rectificación era de gran valor para cualquiera que escribiese de cultura. Para Pepe ese ha sido uno de sus muchos grandes momentos.

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