Antonio Lerma Garay
Recuerdo muy bien aquel mediodía del 7 de marzo de 1970, cuando presencié, encerrado en la sala de mi casa, el primer eclipse de sol en mi vida. Mi madre, hermano y hermanas, en compañía de una tía y sus hijos, veíamos con atención en la televisión a Pedro Ferriz narrando los pormenores del fenómeno desde algún lugar de Oaxaca. La calle donde vivíamos estaba desierta, nadie se encontraba en ella excepto una familia cuya religión no era la católica. Una de las muchachas de esta familia se encontraba en avanzado estado de embarazo.
Pedro Ferriz narraba al aire lo que podía decir acerca de este fenómeno. Supongo que él se encontraba en Mihuatlán, Oaxaca, que fue donde el eclipse tuvo su mayor intensidad y mayor duración: ahí, la noche provocada por el eclipse duró tres minutos con veintiocho segundos. La estela oscura proveniente del Océano Pacífico penetró por el Istmo de Tehuantepec, avanzó hacia el estado de Veracruz, se internó al Golfo de México, pasó por la Florida, cruzó otros estado del país vecino para luego llegar hasta la costa este de Canadá para continuar en dirección noreste.
Producto de creencias ancestrales provocadas por los eclipses, la calle donde yo vivía se encontraba desierta, excepto la aludida familia. En un momento de distracción de las mayores, medio abrí la cortina y pude ver a la familia aquella trabajando a la media luz del sol como si nada sucediera, mientras que nosotros y, creo, todos los vecinos nos resguardábamos de dicho fenómeno en la seguridad de nuestras casas, esperando, claro, que aquellas viejas creencias no se hicieran realidad. De repente vino el regaño de mi madre, la cortina debía estar cerrada.
Pasó el eclipse en cuestión de minutos. No obstante, por aquello de las dudas, mi madre y tía no nos permitieron siquiera abrir la puerta de la casa hasta que, pensaron ellas, ya era seguro.
Nada nos sucedió. Por la tarde todos los niños salimos a jugar a la calle como si nada hubiera pasado. Crea usted lo que le plazca, pero lo cierto es que uno o dos días después del eclipse aquella muchacha embarazada tuvo un aborto espontáneo y el producto venía deforme.
Lee uno que los científicos aseveran que carecen de fundamento aquellos antiguos temores que se tienen de los eclipses. No obstante, me dice un vecino nativo de un pueblo de la sierra de Concordia: “podrán decir lo que quieran, pero siempre que hay eclipse muchas hembras de los establos abortan y sus productos están malformados.”
(En el enlace: recorrido del eclipse de 1970)
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